Luis Vega Domingo
Nacido en Madrid y desde 1982 ciudadano de Rivas Vaciamadrid, es Ingeniero Superior Aeroespacial, ha compaginado su actividad literaria con su participación en el Taller abierto de grabado y en diversas asociaciones solidarias, Presidente de la primera y última Asociación de Vecinos de Pablo Iglesias, fundador de Ecologistas en Acción, fundador y Presidente de AMAL – Asociación Madrileña de Ateos y Librepensadores, Vicepresidente de UAL- Asociación de Ateos y Librepensadores Nacional, fundador del Aula de Solidaridad, Guanaminos sin Fronteras, Rivas Sahel y el Taller Libre de Grabado, estas últimas de Rivas Vaciamadrid. Pertenece a la Coordinadora Internacional. Además de sus colaboraciones en revistas y periódicos, es fundador de la Revista Covibar y autor de las novelas Vivir en Rivas-1997, Rivas se mueve-1999, Puntos cardinales-2009 (formando parte del colectivo A Cuatro Manos), Cazadores de Sombras-2010, Así en el Cielo como en la Tierra-2013, No busques el infierno, lo llevas contigo-2016, El asesino de la memoria-2018, Historia de la Mafia Santa-2019, No soy negro, soy hombre. Tu me haces esclavo. Yo nací libre-2021, Rivas se mueve. Un recorrido por la aldea Gala- 2023.
LA VERDADERA HISTORIA DE SAN ISIDRO DE RIVAS
Amaneció otra mañana más de aquella larga y templada primavera. Unos descarados rayos de luz se abrieron camino entre las rendijas de la contraventana del dormitorio de María de la Cabeza. Cedió el paso al albor y, mientras se desperezaba, sin prisa, contempló el reflejo del primerizo sol sobre las tierras de labranza.
En el Porcal, los últimos kilómetros que recorre el Río Manzanares hasta su unión con el Río Jarama, transcurren por un soto con altos cantiles de yesos, poblados de pinares de pino carrasco, coscojares, espartales, y por variados árboles y arbustos de ribera. En estos ambientes habita una fauna característica, variada y muy interesante. Por todo ello, estos parajes están catalogados como Zona de Especial Protección para las Aves y como Parque Regional del Sureste. Hoy vamos a dar un paseo por algunas de sus sendas…
La primera vez que visité esta zona, a finales de los años 80, dos cosas me llamaron mucho la atención y se me quedaron grabadas. Los grandes cortados de yesos, que surgen en la llanura junto a los ríos, en lo que Rivas es privilegiada, el poder admirar entre la vegetación gipsícola de los altos de El Piul, en torno al cerro del Telégrafo y en otras áreas del municipio por las que transitan los caminos de los cortados de El Piul-Laguna del Campillo, los cantiles que bordean Casa Eulogio en las cercanías del Manzanares y conducen hacia la Presa del Rey o bien los parajes del Cerro del Telégrafo y aledaños, entre otras muchas no menos interesantes, su impresionante flora y fauna.
En este entorno tan peculiar, es el agua el elemento natural omnipresente y dominante, el río Jarama y sus tres afluentes: Manzanares, Henares y Tajuña, unen sus aguas en territorio del Parque. Además, la existencia de numerosas lagunas, artificiales por la extracción de áridos en su gran mayoría, también contribuye a ese protagonismo. Es en estos medios acuáticos donde la fauna, aves particularmente, hallan lugares oportunos para su reproducción y cría; hasta 120 especies distintas encuentran alimento en la vegetación ribereña o en su fauna ictícola.
La cantidad de nidos de cigüeñas blancas que había en todos los tendidos eléctricos de media y alta tensión, indican claramente que Rivas les gusta y deciden detener su camino hacia África en estos parajes.
En el cabezal de un tendido de media tensión, la pareja de cigüeñas blancas lleva criando dos temporadas. El macho vigila y observa el panorama… La hembra calienta a los pollos en el interior del nido.
El paso continuado del Río Manzanares durante miles de años ha formado un valle con cantiles yesíferos, poblado por un soto de árboles y arbustos variados… y la segunda cosa que me detuvo llamándome la atención es que sentado en un montículo bajo un quejigo (Quercus faginea) contemplando el encuentro de un vistoso sisón común (Tetrax tetrax) y otra ave esteparia por excelencia, el alcaraván común (Burhinus oecdinemus) un anciano, parecía tener más de 100 años, me paró mi camino para contarme una interesante historia…
—Hoy el calor va a ser agobiante —susurró, en voz baja, siguiendo la costumbre de hablar solo, quizá para sentirse más acompañado. Me miró a los ojos y empezó a hablar…
En la distancia, unas lejanas sombras se arrastraban entre los surcos de labranza.
Al final del sendero, cerca del secano unas pequeñas figuras se adivinaban más que se veían. Ella suspiró unos instantes mientras observaba a su esposo. Recordó cómo había pasado el tiempo desde que se conocieron en Rivas del Jarama, huyendo de la conquista almorávide.
—Luego vino lo de nuestro único hijo —hablaba con la vista puesta en un crucifijo–. Cuando cayó a un pozo muy profundo y corrí a rogarle que lo salvase, Isidro, sin mirarme, levantó los ojos al cielo y al instante, el agua del pozo subió milagrosamente hasta el brocal, elevando al niño intacto. La verdad es que, en ese pozo, sube y baja según viene el río.
»Él es bueno, algo triste, muy callado y propenso a la fantasía, sobre todo cuando bebe un poco más de la cuenta, pero siempre se las arregla para traer un jornal a casa, sin faltar un solo día. ¿Cómo le voy a contradecir? Si el cree que tiene poderes ¿a quién hace daño?
Repasó con la mirada el fardo de ropa de labranza, preparada para ser lavada, los garbanzos puestos en remojo, junto a las sobras de la noche anterior, que servirían de acompañamiento. Después se llevó las manos a la cabeza.
—Isidro ya está en su puesto —le dijo al aire que sofocaba la cocina, regresando de inmediato al refugio del dormitorio—. Es pronto para empezar las tareas de la casa y hoy va a ser un día muy duro.
Al poco, los primeros ecos aún lejanos, de cascos de caballos le obligaron a tirarse de la cama. Le habría gustado seguir acostada un poco más, pero ya era imposible: la granja empezaba a cobrar vida y en breve, todo serían voces, ruidos y olores.
Mientras se arreglaba, no podía dejar de oír ya muy próximo, el golpear de las herraduras de las caballerías. Ya llegan ¿Quién será? ¿Qué querrán? ¡Seguro que nada bueno!
El grupo rompía ahora la serenidad del dintel del portalón, la Posada de Postas del Porcal, atravesándolo. Sin darle tiempo para respirar, la Cuadrilla del Orden formaba en un semicírculo frente a ella serios, provocativamente poderosos.
—¡Mujer! ¿Dónde está tu hombre? —interrogó el que se encontraba a la cabeza de la cuadrilla. De mediana edad, enjuto, con una calavera sobre los hombros y con la apariencia patente de la autoridad.
María, algo asustada, miró hacia las tierras de labranza. Sin gran esfuerzo divisó a su esposo, con paño burdo, capa parda y escarpines en lugar de las abarcas rotas el día anterior. Polvoriento unas veces, entorchado de barro otras.
—¿Dónde va a estar? Cumpliendo con las tareas que su amo el señor Iván de Vargas, le exige a diario.
Isidro, recostado en un manzano escucha el trinar de los jilgueros, a todos los había puesto nombre. A cada poco, empina el botijo refrescándose el cogote con agua anisada y fresca. A su derecha, unos bueyes bien encaminados por un par de negros, con aguijada en mano, guiaban la yunta arando la tierra.
—¿Trabajar? Menuda manera de destripar el terruño. Tumbado a la sombra —gritó soez el mandamás.
—Ya nos lo habían dicho… ¡es un vago! —puntualizó con sorna uno de los caballeros a caballo.
—¡Cómo dice! ¿Mi Isidro un vago…? Lo que es, es ¡un santo!
—Se le ve algo más joven que usted. Será por la mala vida que le da —dijo, entre carcajadas, otro de los cabalgantes.
—Una mujer tiene la edad del hombre al que ama, le contestó muy brava, María de la Cabeza.
—Veamos señora. Varios de sus compañeros, quizá por envidia, lo han acusado ante el patrón de «ausentismo» y abandono del trabajo. Vamos, que llega cuando quiere y no da ni golpe. El señor Vargas, para asegurarse, se fue a observar al campo y al jornalero y notó que, efectivamente, Isidro llega más tarde y además, se pasa el día contemplando el paisaje, deleitándose con los ruidos de la naturaleza. Pero mientras Isidro descansa, unos personajes extraños le guían sus bueyes y estos aran juiciosamente como si el propio campesino los estuviera dirigiendo. Venimos a comprobar este extraño suceso ¡por si fuera cosa de brujería! Y además a conocer su amistad con el bandolero Luis Candelas que se pasea por El Piul, bañándose sin recato en la Laguna del Campillo.
La tropa a caballo se acercó al trote hacia el campesino que, sin atreverse a levantar la mirada, seguía holgazaneando, como si no fuera con él.
El sol se cebaba implacable sobre el campo de labor surcado de heridas, provocadas por el arado romano de los bueyes. Unos pocos árboles, distribuidos al azar, arrojaban cierta sombra. En la distancia, se adivinaba un cansino río Manzanares que reptaba sobre la pradera. Al refugio de uno de esos árboles, parecía un olivo, disfrutaba Isidro del trinar de los pájaros, un enjambre, ahora de petirrojos y de alguna espontánea Agachadiza real.
—¡A ver, sus papeles… y los de los negros también!
—inquirió, con superioridad, el que parecía el jefe.
Isidro le miró displicente, con el rabillo del ojo. Se desperezó y con desgana, abrió el zurrón que le servía de almohada. Extrajo unos papeles mugrientos para, a continuación, depositarlos en las manos tendidas del gendarme susurrando al aire: «Manda el que puede y obedece el que quiere».
—Parecen en regla. ¿Quiénes son los que están con los bueyes? ¡Tráiganme sus papeles!
El grupo se acercó con prisa a los angustiados jornaleros.
La pareja de labradores permaneció callada. Sus dilatados ojos, expresaban un inmenso temor. De improviso, el más joven empezó a correr.
La cuadrilla de guardias emprendió una breve persecución, dándole caza de manera inmediata.
—¡Los papeles! —insistió el jefe.
—¡Por Dios, amigo guardia! No tenemos papeles. Llegamos hace un año en una patera y trabajamos para el señor Isidro toda la jornada, sembrando esta inmensa labor —empezó a decir el huido en una extraña jerga, entre balbuceos y toses.
—Nos da comida. La que encontramos en la huerta. Un par de tomates y algún pimiento —continuó su compañero.
—Y nos deja dormir en el corral —cortó el más vivaz y joven, sin abandonar su voz temblorosa—. Nosotros labramos las tierras, sembramos, limpiamos de malas hierbas y recogemos la cosecha en su tiempo; también cuidamos la Posada de Postas que los viajeros de Valencia a Madrid hacen mucho uso de ella.
—También arreglamos las cuadras —continuó el tímido— ¡Él es tan bueno! A cambio de nuestro trabajo, nos protege y si lo hacemos muy bien, nos conseguirá papeles. Se pasa el día vigilando, recostado en ese árbol, para que no nos pase nada y no nos vea el amo, el señor Iván o el Gran Duque de Rivas.
—Si se entera, nos echará y el señor Isidro no nos dará nuestros papeles —terminó el compañero.
Sueños Ripenses — Agua fuerte, punta seca.
—¡Joder con el Isidro! Cobra el jornal y estos desdichados trabajan en su lugar. Cada vez hay más intermediarios. Seguro que, a la mínima oportunidad, encima le harán Santo… ¡San Isidro Labrador! —se carcajeó, a gritos, uno de los jinetes, de grandes ojeras.
—Pues a sus compañeros les cuenta que bajan del cielo dos ángeles para ayudarle en su trabajo —sentenció el jefe—. Núñez, agárrale del pescuezo y arrástralo a ver al Duque.
—¿Qué hago con los negros?
—Déjalos. No vamos a pasarnos el día rellenando papeles. Además, tendríamos que cargar con ellos y alimentarlos. Diremos que eran ángeles negros y que huyeron al vernos.
—¡Hostias, jefe! ¿Dos ángeles? ¿Negros? —nos llevarán con el loquero.
—Cosas más raras nos hemos tragado. Sólo la fantasía permanece siempre joven… Lo que no ha ocurrido jamás, no envejece nunca. Lo que de verdad importa es que nos cuente lo que sabe del bandolero Luis Candelas y sus secuaces, Paco el Sastre y … no sé.
El anciano continuó con su historia…
Paisaje con quebradas y barrancos, desde donde vigilar el asalto a las diligencias y cargamentos de oro que transitaban hacia la capital por la carretera de Valencia. Las personas del lugar que se extiende sin interrupción desde Vallecas hasta San Martín de la Vega, haciendo alto y camino en Rivas, en sus relatos transmitidos a sus nietos, tienen muy claro que diversas pandillas de bandoleros pasaron más de una temporada habitando el cortado fluvial que serpentea silenciosamente esas entonces fértiles tierras de Rivas. Incluso hay una cueva natural perfectamente modificada como habitáculo, y que se conoce en toda la zona como «la cueva de Luis Candelas», donde parece que también se refugiaron los no menos famosos bandidos El Vivillo y El Pernales; cueva que en la actualidad se puede ver en la parte alta del cortado conocido como El Circo, entre la Carrascosa y Las Boyerizas. Durante el tránsito del siglo XVIII al XIX, la situación social de España no es muy halagüeña, produciéndose a su sombra un incremento importante de bandas organizadas que pretenden resolver sus problemas personales apropiándose de lo ajeno. Una de las salidas de Madrid hacia la costa es el camino de Valencia, donde estas bandas organizan sus cuarteles generales por la proximidad del negocio y lo escarpado del terreno que les permite refugiarse impunemente después de haber realizado su trabajo.
Debes conocer al, sin duda, más representativo de estos bandoleros nacido en Lavapiés, Madrid y, activo trabajador en los alrededores de Vaciamadrid.
La diligencia de Ciudad Real no puede tardar. Debe pasar por el camino de San Martín de la Vega, con destino a Madrid, a las seis de la tarde y ya han transcurrido treinta minutos; según comprueba Luis Candelas mirando su magnífica repetición o saboneta de oro.
Cualquiera que viera a este atildado y emperifollado personaje se quedaría extrañado de la enorme transformación que en breve espacio de tiempo había experimentado, junto a su colega Francisco Villena, más conocido como Paco el Sastre. Esperaban en la Casa de Postas tomando unas zarzaparrillas, hasta que un vigía que tenía en el cerro Carrascosa, en el Porcal, les avisaba de un avistamiento de carroza de transporte que muy probablemente apostaría en la Casa para descansar, tomar un refrigerio y continuar su viaje hasta Madrid.
Isidro y Luis Candelas habitualmente paseaban y pescaban Lucios (exos lucius) y Perca sol (lepomis gibbosus) o bien tomaban unas zarzaparrillas en la Casa de Postas, hasta que Candelas y su cuadrilla se organizaban para asaltar alguna diligencia. Isidro ignoraba o hacía la vista gorda en esa actividad de su amigo.
—¿Te lo puedes creer? Pues bien, nada pudo explicar cuando fue llevado al Castillo del Duque de Rivas, situado enfrente de la Ermita del Duque de Rivas, al borde del río Jarama y desde la que se puede disfrutar de la belleza de la enorme finca del Piul, dedicada a la ganadería y agricultura y frontera con la Laguna del Campillo.
—Bien, pues al no poderle implicar en ningún hecho delictivo y asegurando Isidro que estaba dispuesto a cuidar y promocionar la ermita del Duque de Rivas, fue soltado sin ningún cargo.
—Desde entonces todos los domingos 25 de septiembre, se celebra en la localidad la romería del Santísimo Cristo de los Afligidos de Rivas, un evento religioso que tiene lugar en la ermita del Cristo de Rivas, antiguo convento mercedario de Rivas de Jarama.
Continué mi paseo, alegre, sorprendido y pensativo. Consciente de haber conocido a un sabio y aprendido algo importante de mi querido pueblo Rivas Vaciamadrid. Lo curioso es que cuando le pregunté su nombre me dijo que se llamaba Isidro.
Disfrutar de la belleza de la enorme finca del Piul, dedicada a la ganadería y agricultura y frontera con la Laguna del Campillo.
—Bien, pues al no poderle implicar en ningún hecho delictivo y asegurando Isidro que estaba dispuesto a cuidar y promocionar la ermita del Duque de Rivas, fue soltado sin ningún cargo.
—Desde entonces todos los domingos 25 de septiembre, se celebra en la localidad la romería del Santísimo Cristo de los Afligidos de Rivas, un evento religioso que tiene lugar en la ermita del Cristo de Rivas, antiguo convento mercedario de Rivas de Jarama.
Continué mi paseo, alegre, sorprendido y pensativo. Consciente de haber conocido a un sabio y aprendido algo importante de mi querido pueblo Rivas Vaciamadrid. Lo curioso es que cuando le pregunté su nombre me dijo que se llamaba Isidro.