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Guerras sin fin, cultura sin tregua

El mundo da vueltas sin parar, a inmensa velocidad, y yo ni lo noto. Todo se mueve constantemente y a nosotros nos parece que está quieto. Mientras esperas que puedas encontrar a alguien para matar el tiempo, un momento, estás girando a 1670 kilómetros por hora. La clave es que la velocidad sea más o menos constante, así no percibes el movimiento, como en un barco o un tren. Con lo fácil que sería que nada diese vueltas.

El universo se mueve y no va a ningún sitio, simplemente avanza, del espacio negro al espacio negro, sin objetivo. Como todo lo demás. A mí me parece que la vida es una vuelta dentro de otra vuelta metida en una vuelta que también da vueltas. Y así hasta el infinito.

De esta manera meditaba, en voz en alto,  Leonardo da Vinci, sentado sobre una nube de polvo sideral, lugar que le habían asignado cuando terminó su caminar, su vida en la Tierra.

En mis pupilas se reflejaban las ardientes llamaradas que consumían la estructura de un meteorito que pasaba a mi derecha. Del espeso humo grisáceo emergían seres que escapaban de la hecatombe. Los testigos no dejaban de discernir lo que sucedía en esos horribles momentos, donde ladrillo por ladrillo sucumbía sueños y años de esfuerzo. Entonces se escuchó el resquebrajar de una de las ventanas, donde un ángel salta al abismo. Confundido y herido, el desdichado yacía desplomado en el asfalto, con las alas totalmente resquebrajadas y quemadas. Sus ojos divinos lagrimeaban de impotencia, al saber que ya no podía volver al mundo celestial. En ese instante que le vi, quería abrazarle, besar sus labios, que reposara sobre mi regazo. Quería hacerle ver que no temiera a las barbaries de ese mundo terrenal, donde se respira corrupción, nepotismo, inhumanidad; que confiara en mí, que tomara mi mano, porque juntos podremos encontrar una luz de esperanza. De pronto todo se tornó confuso; el dueño del bar celestial apagó el televisor.

¿Será capaz la cultura acabar con las guerras?

La relación entre espacio y tiempo, tal como se experimenta al viajar, tiene hasta hoy algo de ilusionista e ilusoria, por lo que “cada vez que volvemos del extranjero, nunca sabemos si hemos estado realmente fuera”, dice Da Vinci.

Muy cerca Vladímir Ilich Uliánov, Lenin, recostado en una nube muy similar solo que esta de color rojo escuchaba muy atento el debate consigo mismo de Da Vinci, sintiéndose irremediablemente arrastrado a la reciprocidad de ideas, al intercambio de pensamientos.

—En muchos casos hay guerras justas e inevitables… ¿qué me puedes decir de nuestra lucha contra la esclavitud de los Zares… y las de los pueblos sin tierra, palestinos, saharauis, kurdos, los rohingya… y tantos?

—Ya, pero detrás de estas guerras hay un problema de falta de cultura.

— Te voy a contar… era un virreinato eterno o un reinito o una república o un imperio sin nombre, al cual las continuas guerras civiles no lo habían dejado surgir. Primero fue la guerra de la “Patria boba”, siguieron las guerras: de la “Patria envidia”, de la “Patria venganza”, de la “Patria jesuita”, de la “Patria de los trapos” otras y otras, hasta la guerra de la “Patria de las mil veces” y, así de guerra en guerra los patriotas abundaron todos los años y todos los días, llenando los parques de pueblos y de ciudades de héroes monumentales, con títulos militares de altos rangos que enaltecían, enriquecían y dignificaban a sus familias y a sus descendencias. Los contrincantes guerreros siempre fueron los “Nacionalistas Cristianos” y los “Radicales Laicos”.

Al iniciarse una nueva agresión armada, cada bando llamaba a sus “voluntarios belicosos” para preguntarles cuál rango le habían dado en la guerra anterior, y éstos respondían: -¡Yo soy capitán! – -¡Yo soy general! – -¡Yo soy alférez! – -¡Yo soy mayor! – -¡Yo soy teniente-coronel! – Y con el fin de motivarlos a pelear nuevamente, los ascendían ipso facto de grado. Fueron tantas las guerras y tan consecutivas que, para la guerra llamada de las “mil veces”, entre todos los hombres reclutados en las dos facciones ya no quedaban soldados rasos, ya todos los “guerreros voluntarios” habían alcanzado los rangos más altos del generalato. O sea que, llegadas las batallas, los Generales, que eran todos los guerreros reclutados y que “generalmente” no pelean, se reunían sólo para planificar las estrategias militares. Mientras, para los campos de batalla no había un solo soldado para las contiendas. En los escenarios de las operaciones bélicas asustaba la soledad.

¡Para evitar el fracaso estruendoso de una guerra sin bajas los Generales de los dos grupos en choque tuvieron la “genial” idea de robar hombres y niños campesinos, afros e indígenas en plazas de mercado, en resguardos y en palenques para llevarlos de cabestro, atados de las manos, de cuello a cuello, y transformarlos durante los trayectos en soldados que lanzaban a los campos de batalla a confrontar con sus “maravillosas” estrategias y a morir por ignoradas causas!

Y así siguieron con mil guerras más: ¡Y convirtiendo “Mil veces” las plazas de mercado, los resguardos y los palenques, en sitios de cacería para sus ejércitos! ¡Y haciendo “Mil veces” travesías con hombres tirados del cabestro, y sembrando de muertos los campos y la vera de los caminos! ¡Y siguieron con “los ilustres generalatos” profanando “Mil veces” los parques, los atrios y los morros de los pueblos y de las ciudades con sus monumentos!… Y entonces les hablaron del arte.

La fuerza del arte se traduce en las obras de arte, con un mensaje que viaja y ha cruzado el consciente, del inconsciente, de las vivencias de cada uno, para hablarnos de algo universal, humano, esencial. El rol del arte en la coyuntura actual de “la Patria de todos” –periodo llamado de posconflicto, o mejor, de posacuerdo de paz–, es el de recordarnos quiénes somos, en cuantos seres emocionales, racionales y sociales. De la misma manera, el arte se convierte en un canal a través del cual transforma las narrativas íntimas en una voz colectiva, que denuncia las situaciones que vivirá la sociedad en nueva vida.

A través del análisis de la obra de Narrativas que se combinan con un discurso estético, que revela la humanidad detrás del conflicto, discurso que constituye una probable reparación simbólica de las víctimas. El arte está presente para recordar que es posible revindicar los abusos sufridos durante este período violento, que ha durado más de cincuenta años y convertirlos en fuente de un futuro mejor.

En el fragor del debate apareció Julio Verne en una nube rosa fosforecente.

—¡Bien, amigos! Ya es la hora de tomarnos un vodka con naranja y dejar que el mundo siga con sus problemas.

Luis Vega Domingo

Ingeniero Aeronáutico